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El crepúsculo de los popes

En el género ha habido grandes creadores, pero fueron arrinconados por la miseria y el desaliento y arrojaron las armas sin haber presentado batalla

# Paco García | 12

El crepúsculo de los popes

¡Ah, la creación! Ese placer interno que acompaña al ser humano desde que dejó de ser simio. Ese arrogante orgullo de sentirnos factótums. Ese torrente de cauces inciertos, que alimenta el océano de los aplausos o desemboca en los afluentes del fracaso. Impulso motor que transmite inspiración a los engranajes de otros, que hace que todo siga girando, creciendo. Cimiento de la edificación global.

¡Ah, los creadores! Demiurgos de carne y hueso, cónsules del génesis, rúbricas vivientes sin cuya obra nada existiría. Ellos, cuya visión ha logrado establecer un canon, un ejemplo, un ideario a seguir para quienes alguna vez han sufrido la desorientación intrínseca a la condición humana. Ellos, que han mostrado un arrojo inusual lanzándose al abismo del desprecio, de la incomprensión, para los que ese riesgo es sólo un trance que hay que superar si quiere alcanzarse el éxtasis del éxito. Egos que no caben en forma mortal, que se sienten llamados a trascender, a ser recordados, venerados, admirados, amados…

La autoría reconocida es ganarle el pulso a la mediocridad, superar el marasmo social por todo lo alto, llegar al orgasmo intelectual. El súmmum al que se puede aspirar en cualquier disciplina, por nimia que pueda parecer. Pero con el paso del tiempo, por desgracia, esa pasión, indescriptible como sólo pueden serlo las pasiones, ha emputecido un noble arte convirtiéndolo en un mero trámite masturbatorio, en un producto empaquetado de rápido y fácil consumo, en un reclamo insolente para crédulos y creyentes donde la firma es una mera estampa que no demuestra nada, que se ha devaluado en los paganos altares del parné, que ha degradado la delicada tarea del creador y ha dado con lo insigne de su nombre en la cloaca del olvido. Y, acotamos, de un olvido merecido.

En esto de la aventura gráfica ha habido insignes creadores, importantes autores que con su genio y su buena mano dieron al género una planta y una presencia que embaucó a muchos miles de seguidores en todo el mundo. Seguidores que, leales, no han cejado en el empeño de atender a algo que, si no ha sido maltratado, ha sido abandonado. Tuvimos que pasar años de hambre famélica, tuvimos que sufrir las penalidades de una travesía por el yermo desierto de la desilusión para darnos cuenta de que cualquier tiempo pasado fue anterior. Vivimos apariciones marianas, la promesa de la Tierra Prometida se nos repitió como una letanía para que no desfalleciésemos en una larga espera que ha sido improductiva y, a juzgar por los resultados hasta la fecha, engañosa y falaz. Mantuvimos una espera abnegada que no obtuvo la recompensa debida; esas promesas del regreso a los buenos tiempos, esa profética vuelta a las vacas gordas que nunca llegó han minado la fe de quienes quisimos darle una porción de entrega a la manutención del género. Son muchos, demasiados, los votos incumplidos, las farsas risibles, los amagos enclenques. La confianza no se agota, se destruye. Y con su quebranto la dicha de los grandes popes llega a su fin. Les toca trabajar, mojarse, mancharse las manos. Las prédicas no son suficientes: es momento de empezar a hacer milagros.

La cuenta de los sumos pontífices que hace tantos años dejaron su huella como aval y viven todavía de aquel crédito está en números rojos. Resumiendo: ya no nos creemos nada. Se nos puede acusar de renegados, de cenizos, de aguafiestas, aunque la causa no es ni el capricho ni nuestra displicencia congénita; son los hechos los que, a lo largo de los años, han venido ratificando recelo tras recelo tras recelo…

Cuando la aventura gráfica dejó de «estar de moda», sus valedores, aquellos que hicieron del género algo respetable, permanecieron en el mutismo durante lustros, desaparecieron, sumisos, ante los designios del todopoderoso mercado. Nadie recriminó entonces su decisión de abandonar, era respetable que se vieran superados por una situación tan adversa. Pero ese plantón, aún con todas las comprensiones, supo y sabe amargo. Ni se molestaron en salvar los muebles y dejaron el género, desahuciado y sin dignidad, en manos de unos usureros que lo compraron bien barato.

Jonathan Boakes
Jonathan Boakes mira al infinito mientras recuerda los buenos tiempos del género. El hombre lo pasó mal cuando los canadienses de The Adventure Company empezaron a paliar la sequía del género repartiendo cuencos de agua ácida.

Primero fue The Adventure Company, aquella distribuidora y productora canadiense que durante años se dedicó a llenar las estanterías de productos de baratillo, de spin-o-ramas rescatados de los sótanos de Cryo; a hacer, de cuando en cuando, ejercicios de imagen con el patrocinio de talentos indie como Jonathan Boakes, que tuvo por cierto sonadas fricciones con ellos a causa de sus contratos leoninos. The Adventure Company acabó perdiéndose en las brumas de la indiferencia de un público harto ya de francesadas sin alma y de subproductos plúmbeos. Antes de ello tuvo tiempo para hacerse con los favores del mismo público rescatando a Jane Jensen del retiro. Una de las grandes mentes de la llamada «época dorada» estaba trabajando con ellos en una nueva aventura de producción propia. El anuncio dio brío a un público que esperaba ansioso la recuperación de un género anegado de pequeñez. Esa ilusión no se materializó entonces en absolutamente nada. Cuando la fumata blanca se disipó, lo único que pudo verse fue un bombo y un platillo. Mucho después se supo que aquella tentativa tenía más de gaseoso que de sólido, y que el germen de aquello dio para que, mucho más tarde, la Jensen firmara el lamentable Gray Matter.

La veda del revival se había abierto, un avispado alemán se lanzó a la caza de titulares desenterrando viejas glorias: Wolfgang Kierdorf tomó buena nota de las flatulentas fórmulas de los canadienses de The Adventure Company y elevó el término «vaporware» al más alto arrobamiento. De golpe y porrazo sacó del pozo a la franquicia Sam & Max, cobijó bajo su ala el vistoso The Whispered World en un movimiento con el que quiso ganarse la simpatía de los indie, patrocinó el proyecto de Bill Tiller y anunció la colaboración con otro ex LucasArts, Hal Barwood, para un invento llamado I-Jet. Todo falso. Las «negociaciones» que este pintoresco teutón dijo llevar a cabo con todos los implicados en su farsa se limitaron a un par de llamadas en el mejor de las casos, en las que jamás se llegó a concretar nada. Por lo demás, todo aquello no eran más que ocurrencias peregrinas y este «empresario» no puso un euro en el desarrollo de nada que no fueran vídeos promocionales y sitios web sin contenido. Meses después, el propio Kierdorf confesaba el hoax en su blog, con cierta sorna. Así estábamos entonces, siendo presas fáciles para charlatanes y petardistas.

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